Por: Lic. Rocío Gómez.

viernes, 30 de diciembre de 2011

RECUERDOS DE TLALTENANGO

Por Juan José Landa Ávila. (Cronista de Cuernavaca, quien fue vecino de Tlaltenango por 20 años)
Resumen de su ponencia presentada en la Jornada de Reflexión Histórica el día 30 de octubre

Llegué a vivir con mi familia a Tlaltenango en agosto de 1972. Había una versión de que estos terrenos habían sido propiedad de la famosa  Rosa Bobadilla la Coronela y decían que allí hubo unos hornos de tabique, todavía me tocó ver los restos de uno de ellos y en los lotes baldíos crecía mucha flor de pericón, también había muchos árboles de zompantle, de los cuales en la temporada de floración, cortábamos la flor del colorín con la que mi mamá hacía las riquísimas tortitas de zompantle, que cada año comíamos. […]
Pasando la calle Jazmines había un lote baldío que colindaba con la cañada del río Chalchihuapan, a donde se bajaba por un caminito hasta llegar al río, en aquel tiempo todavía de aguas cristalinas. Para cruzarlo había un vado con una hilera de grandes piedras, al caminar sobre ellas seguía una vereda que llegaba a un terreno baldío muy grande rodeado por el oriente de bardas y un tramo colindaba con el hotel Cateau René. Este río es el que más adelante desemboca en el Salto de San Antón y muchas veces en la temporada de lluvia, desde mi recamara escuchaba los estruendos de las trombas de agua que pasaban cerca de mi casa a unos 20 metros de distancia. Al terreno que me refiero, situado del otro lado del río, vecinos cercanos lo visitaban en plan de esparcimiento; antes debió ser una huerta porque había árboles de mango, zapote, ciruelo y guayaba, también había una canchita de futbol, Por el sur colindaba con el puente de la calzada y un poco antes había vestigios coloniales de un manantial que dicen llevaron las aguas al ingenio de Hernán Cortés. En este paraje se veían muchos pájaros como colibríes, calandrias y otras aves, así como ardillas y cacomixtles. Hubo temporadas en que me gustaba ir a estos terrenos a correr porque era un lugar súper tranquilo; también llegué a encender varías fogatas durante las tardes con leña que se recogía fácilmente allí. A mi me gustaba sentarme sobre una enorme roca, junto a la cual había crecido un bello amate amarillo, que me daba una sombra refrescante. […] En los bordes del rió crecían muchos centenarios ahuehuetes, que en galería venían de río arriba y continuaban rumbo al sur, sus frondas daban mucha sombra al lugar. Algunas personas llegaban a pasar por aquí porque había una vereda que te sacaba a la calle Abraham Cepeda y luego a la Av. Zapata Había algunas vacas que pastoreaban en estos suelos, poco contaminados y sin basura. […]
          Desde pequeño, cada año en septiembre mis padres me llevaban a la antigua feria de Tlaltenango.  […]Y entonces venía lo bueno, primero nos metíamos al santuario a persignarnos, a veces nos tocaba la misa, pero siempre pasábamos a besarle el manto a la virgen del altar, después salíamos a recorrer los puestos y disfrutar de la fiesta. Mi mamá cada año compraba sus jarros y al final comprábamos el pan de feria. Siempre he tenido presente toda mi vida las campanadas de la torre del santuario de Tlaltenango, a leguas las distinguía.  Después supe que era la campana más grande del Estado de Morelos.
         Fue en mayo de 1989 cuando me fui interesando en la historia de Tlaltenango, debido a que investigaba un atentado ecológico ocurrido enfrente del santuario en 1954, referente a la tala de los centenarios fresnos y  ahuehuetes que perpetró el gobernador Rodolfo López de Nava. […] Es larga la historia, pero resulta que para trazar la Av. Zapata talaron la citada arboleda que existía desde la fundación del ingenio de Hernán Cortés. El árbol más antiguo que cortaron fue un ahuehuete de más de 500 años de antigüedad.          Un hecho lamentable fue cuando en 1979, las autoridades quitaron la estatua de Zapata con el Plan de Ayala en la mano, hecha de bronce, ubicada antaño en la glorieta de Tlaltenango. En1982 me tocó ver la inauguración del mural del atrio del santuario, por parte del obispo Sergio Méndez Arceo; el autor del mural es don Roberto Martínez.
          Una de las cosas que no me gustan son las críticas que hacen en torno a la feria de Tlaltenango. Entiendan, señoras y señores, que el interrumpir el trafico del 30 de agosto al 9 de septiembre es una tradición de hace 281 años y no se puede terminar. […]
          El general Emiliano Zapata la visitó el 8 de septiembre de 1914, vino a darle gracias porque su ejército, 26 días antes, había derrotado al ejército federal huertista en Cuernavaca. Llegó acompañado con su estado Mayor entre los que venía su lugarteniente Genovevo de la O. En esos días Zapata vivía en el hotel Moctezuma de Cuernavaca. Por tradición oral se sabe que el Apóstol del Agrarismo, ese día le regaló a la virgen una corona de plata con estrellas de oro, la que dos años después los soldados carrancistas le robaron.
          Yo quisiera aprovechar este escrito para dar a conocer que son tres las imágenes que se veneran en el santuario de Tlaltenango y que las tres son una misma. La primera es la del altar mayor. La segunda es la que está empotrada en la pared dentro de un nicho y es la que se conoce como la peregrina; y la original que solamente la exhiben a la feligresía durante los nueve días que dura la feria.[…]
          Tlaltenango tiene una historia muy interesante, simplemente cabe destacar que el conquistador Hernán Cortés antes de vivir en su palacio de Cuernavaca, primero vivió en su finca que construyó en Tlaltenango, la que en 1535 convirtió en el primer ingenio azucarero de su marquesado. Sus descendientes a mediados del siglo XVI, construyeron la capilla de san Jerónimo, en el barrio de Cocotzingo. La que construyó Cortés en 1523, la de san José, está en el barrio de Caltenco y es donde colocaron por primera vez a la virgen de los Milagros. Permanece intacta desde el siglo XVI, es una joya arquitectónica.


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